El ocio es un buen negocio

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El sociólogo alemán Max Weber nos heredó la frase: "No se trabaja solamente por el hecho de vivir, sino que se vive para trabajar".

Nunca como ahora, el trabajo y otras responsabilidades absorben nuestro tiempo. Desde que nos levantamos, cumplimos con tareas rutinarias: abrir las cortinas, poner el café, revisar los mensajes y notificaciones, alistarnos deprisa para emprender un nuevo día en la oficina, la fábrica, la tienda o el negocio.

Entre una cosa y otra, vienen a la cabeza problemas que resolver y asuntos que decidir. Queremos control total y vamos por la vida organizando, planificando y calculando.

El saludo de costumbre, "¿todo bien?" o "¿todo en orden?", me lleva a pensar para mis adentros: "¡¿Cuándo va a estar todo bien y todo en orden?!". La realidad es muy distinta: vivimos atrapados en el cronos, un tiempo que no se detiene.

El frenético activismo es un mal de nuestra sociedad posmoderna. Llegan los fines de semana y no podemos estar "sin hacer nada". Surge un estado de ansiedad, un temor al tiempo libre o al tiempo sin actividades programadas.

Esta actitud se conoce como ociofobia, término acuñado por el psicólogo español Rafael Santandreu. Está presente en personas que experimentan miedo a encontrarse consigo mismas, a enfrentar el vacío interior. Un vacío existencial, como señalaba el psiquiatra Viktor Frankl: una vida sin sentido es un sinsentido.

Para superar la ociofobia es necesario reconocer la importancia del ocio. Aristóteles decía que trabajamos para tener después skolé (ocio), para dedicarnos libremente a aquellas ocupaciones que nos gustan y desarrollan nuestro espíritu.

El estagirita afirmaba que el ocio es el punto cardinal alrededor del cual gira todo. Para los griegos, skolé significaba descanso, y de esta palabra se deriva luego schola (escuela).

El ocio es un tiempo para aprender, cultivarse interiormente y desarrollar la propia personalidad. Es un tiempo para trascender el cronos y experimentar el kairós griego, un tiempo biográfico cuyo reloj interior contribuye a un sano equilibrio entre la salud física y mental.

Para ser saludables también socialmente, necesitamos la pausa, la serenidad y la contemplación, porque el ocio es un factor de cohesión social, un marco de convivencia y un espacio para fortalecer una auténtica cultura humana.

Para los romanos, el negocio, lo que no es ocio, era la vida mercantil, toda actividad productiva que perseguía utilidad de forma inmediata. Suponía un esfuerzo interesado y lucrativo.

La amplia oferta de la industria del tiempo libre y las redes sociales buscan convertir nuestro ocio en negocio, hacernos rentables.

El ocio no puede dejarse en manos del mercado. Podríamos convertirnos en víctimas de la diversión del consumo. Dejamos de leer, mirar, admirar, contemplar, dialogar y pensar.

Llegarán los fines de semana y no lograremos descansar física ni psíquicamente, lo que nos llevará a un cansancio psicológico, más profundo, que podría desembocar en apatía, aburrimiento o acedia, antesalas de una pasividad intelectual y espiritual.

Debemos propulsar un ocio activo para, por ejemplo, escribir, leer, pintar, fotografiar, hacer deporte o cocinar. La ociosidad atrofia nuestro cuerpo, espíritu y mente.

Necesitamos desconectarnos de la vida profesional para crear una vida personal y familiar. Enseñar a los niños y jóvenes esta gran materia: aprender a aprovechar el tiempo, descansar y celebrar la vida. Vale la pena.

hf@eecr.net

Helena Fonseca Ospina es administradora de negocios.

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