Mucho mejor de lo esperado: balance preliminar de un año de gestión

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Javier Milei no ahorra elogios a la hora de evaluar su propio gobierno. Consistente con su característica narrativa pletórica de excesos, que le trajo algún dolor de cabeza cuando se autoimpuso la imprescindible lógica del frío pragmatismo con la que encara la gestión, afirmó recientemente que apenas habiendo cumplido un cuarto de mandato ya superó los logros de su admirado Carlos Menem, a quien, por otra parte, había definido como "el mejor presidente de la democracia". Debe observarse, no obstante, que en este primer año sus logros, en especial en materia económica, fueron muy significativos, tanto en términos absolutos como relativos. Si se compara el balance preliminar de estos doce meses con el de sus pares en las últimas cuatro décadas de trayectoria democrática, tiene motivos de sobra para sentirse satisfecho, en particular si se considera el raquítico peso institucional, en el Congreso y en materia territorial (gobernadores e intendentes) con el que llegó a la Casa Rosada.

Otros, con muchísimo más poder político, fueron incapaces de obtener un fragmento acotado de los frutos que puede mostrar Milei en este primer segmento de su mandato. Habiendo hecho un justo reconocimiento de los resultados obtenidos, es indispensable recordar que queda un enorme y complejo trayecto por recorrer hasta que el país pueda mirarse en el espejo con la tranquilidad de saber que están parcialmente resueltas las cuestiones más urgentes. Recién entonces se deberá encarar el desafío de mejorar la competitividad sistémica, más allá del debate actual sobre el atraso cambiario. Lo hecho es notable. El desafío pendiente, extraordinario.

Por eso, el Gobierno debería evitar la tentación de celebrar demasiado o de enamorarse de sus tempranos éxitos. Su ventaja relativa no es menor: la herencia recibida era catastrófica, pero Milei asumió con un diagnóstico clarísimo de la gravedad de la crisis y si bien improvisó en las designaciones y en su estrategia económica, fue primordial su convicción respecto de la necesidad de resolver de manera contundente el drama del déficit fiscal (traducido en el mantra "no hay plata"). Sin quitar mérito a su equipo de colaboradores, el "qué" fue más importante que los "cómos" y los "quiénes": nadie le reprochará su cambio de libreto (su promesa de dolarización y cierre del Banco Central equivale a la revolución productiva y el salariazo menemistas).

Es interesante retrotraerse a cómo fue el primer año de cada uno de los predecesores de Milei. Su némesis Raúl Alfonsín tuvo un 1984 muy complicado. Si bien se dieron los primeros pasos de lo que luego sería una transición democrática exitosa, en materia económica fue un período desperdiciado. Su amigo Bernardo Grinspun poco pudo hacer para contener una dinámica inflacionaria descontrolada, en el contexto de la generalizada crisis de la deuda (todo el mundo en desarrollo había caído en default) y del extremo aislamiento en el que había quedado el país posguerra de Malvinas. Para evitar una catástrofe electoral en 1985, Alfonsín designó a Juan Vital Sourrouille, que a pocos meses de asumir implementó el Plan Austral, el primer programa de estabilización de la etapa democrática. Pero Alfonsín nunca le dio a su ministro el respaldo, la autoridad ni la autonomía para hacer lo necesario, sobre todo en materia fiscal. Combinado con su paulatino debilitamiento político y un escenario externo complejo, el fracaso del Plan Primavera precipitó nuestra primera hiperinflación.

Si bien luego, con la convertibilidad, fue el presidente que más cerca estuvo de llevar al país a la deseada estabilidad, el arranque de Menem no fue mucho más auspicioso. A pesar de contar con un aparato peronista todavía poderoso y de haber ganado cómodamente las elecciones de 1989, no pudo evitar un nuevo episodio hiperinflacionario en marzo de 1990, apenas a nueve meses de haber llegado al poder. Al margen de la indomable economía, la política en la primera etapa del menemismo fue caótica, con profundas divisiones dentro del gabinete, escándalos de corrupción y un proceso de aprendizaje presidencial más espinoso de lo esperado dada su experiencia como gobernador. Aun así, sentó algunas de las bases que permitirían cristalizar el "uno a uno", cosa que ocurriría recién en 1991, como la desregulación y la política de privatizaciones.

Parece mentira que la misma institución presidencial que impulsa y sostiene a Milei haya sido ocupada por Fernando de la Rúa. En su primer año, implosionó la coalición que le había permitido ganar la elección y emergió un líder dubitativo, lento para decidir y disfuncional para una crisis fiscal y externa enrevesada. Rápidamente consumió la legitimidad de origen y no evidenció casi nada en materia de legitimidad de ejercicio. La gran crisis de comienzos de siglo golpeó para siempre la emergente cultura democrática y dejó a la deriva a una sociedad que se encaminaba a desperdiciar dos décadas de desarrollo económico y social.

Néstor Kirchner asumió con una debilidad relativa similar a la de Milei, pero con la ventaja de una economía en franca recuperación gracias al ajuste implementado durante la transición de Duhalde, en especial mientras Remes Lenicov ocupó el Palacio de Hacienda. Entre 2003 y 2004, el exgobernador de Santa Cruz dio señales contradictorias: sostuvo al tándem Lavagna-Prat-Gay que garantizaba los superávits gemelos e impulsó el decreto 222/2003, vigente, que regula el mecanismo de selección de los jueces de la Corte Suprema. Pero pronto revelaría sus pulsiones autoritarias y su vocación hegemónica, sazonadas con su obsesión por el dinero proveniente de la corrupción.

A poco de llegar a la presidencia, Cristina Fernández se regaló a sí misma la crisis de la 125, la primera revuelta fiscal de la historia argentina. Fue un tiro en el pie para un proyecto de poder que jamás se recuperó de esa sinrazón, a pesar de la muerte de Néstor, incluida una derrota letal en las elecciones legislativas de 2009.

El actual clima de generalizado rechazo al entramado ideológico-institucional del populismo intervencionista comenzó a gestarse en esos años y sobrevivió al fracaso de Cambiemos. Macri había ganado por escaso margen e interpretó que ese triunfo ajustado no le brindaba el impulso necesario para avanzar a fondo en las transformaciones necesarias. El gradualismo se convirtió en un corsé que limitó sus márgenes de maniobra, particularmente en términos fiscales, y condicionó su recorrido posterior. Si en su primer año hubiera hecho un tercio del ajuste que hoy está practicando Milei, el destino de esa experiencia hubiera sido otro.

Por último, el inicio de Alberto Fernández estuvo signado por el enigma y la tentación de la pandemia, pero aquel "profesor" Fernández muy pronto se encargó de demostrar la disfuncionalidad de su liderazgo y, en particular, la irracionalidad de su visión en materia económica. Los desencuentros con el cristinismo cristalizaron la figura de "mequetrefe" con la que probablemente será recordado.

Promisorias figuras del radicalismo reconocen que Milei demostró ser mejor político que economista, pero frente a la sociedad, los pilares de su resiliente popularidad son la desaceleración de la inflación y la pax cambiaria. El asombroso rally que tanto impulsa a los activos argentinos no termina de eliminar los categóricos interrogantes que genera nuestro país para la inversión real. ¿Comparte el resto del espectro político la convicción de Milei por las reformas económicas? Un país que ya vivió tamaña reversión populista… ¿no podría recaer en la adicción gastomaníaca? ¿En qué quedó la idea de plasmar algún consenso como sugería la iniciativa de los Acuerdos de Mayo, que el propio Gobierno prefirió desactivar?ß

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