"Hitler y los nazis", una advertencia a las nuevas generaciones

https://resizer.glanacion.com/resizer/v2/AIEZMFFPKBEV3KTNDMSI5UK7TE.JPG?width=2000&height=1333&auth=0f996950d1e28c402fbae0c5cb27ba99a3452c1381e7df56794beba4bfdc3e53&smart=true

NUEVA YORK

El proyecto de Adolf Hitler: "Hacer a Alemania grande de nuevo". La calificación de los nazis de las críticas de los medios de comunicación: "Noticias falsas". El refugio de montaña del líder nazi en Berchtesgaden: "Es algo como la mansión de Mar-a-Lago de Hitler, por así decirlo".

El nombre de Donald Trump no se menciona en los seis episodios de Hitler y los nazis. la maldad a juicio, una nueva serie documental histórica de Netflix. Pero la referencia es más que obvia, y de vez en cuando, como en los ejemplos anteriores, el grupo de especialistas de la producción, los historiadores y los biógrafos consultados apenas pueden contenerse de no hacerlo evidente.

La serie fue dirigida por el veterano documentalista Joe Berlinger (Paraíso Perdido, Metallica. Some Kind of Monster), quien tiene un acuerdo de producción con Netflix y le ha dado populares programas de crímenes reales como Jeffrey Epstein. Asquerosamente rico y la serie Conversaciones con asesinos. Las cintas de Ted Bundy.

En el material promocional, Berlinger explica su decisión de pasar del crimen real a la guerra total y el genocidio: "Es el momento oportuno para volver a contar esta historia a las generaciones más jóvenes a la manera de un cuento con moraleja", dice. "En Estados Unidos, estamos en medio de nuestro propio ajuste de cuentas con la democracia, con el autoritarismo llamando a la puerta y un aumento del antisemitismo".

En otras palabras, no se puede hacer un documental sobre la Alemania de las décadas de 1930 y de 1940 sin tener presente a Estados Unidos de los años 2010 y 2020.

Para ello, Berlinger ha hecho una versión de lujo de la historia de Hitler, el Tercer Reich y el Holocausto que durante años ha sido un elemento habitual de la televisión por cable estadounidense. La información no es nueva, pero los recursos de los que dispone Berlinger se reflejan en la abundancia de material que despliega a lo largo de casi seis horas y media: películas de archivo, la mayoría de ellas meticulosamente coloreadas para la serie, y audio; recreaciones escenificadas con un extenso elenco de actores, y una copiosa lista de entrevistados.

Una nueva versión de una vieja historia requiere una vuelta de tuerca, por supuesto, y Berlinger tiene varias. El periodista estadounidense William Shirer es el narrador no oficial de la serie: a pesar de haber fallecido en 1993, una recreación de su voz obtenida con inteligencia artificial recita pasajes de sus numerosos libros sobre la época y, en ocasiones, se escucha su voz real en extractos de emisiones de radio. También aparece representado en la pantalla por un actor, en escenas que recrean el otro elemento principal de la serie: los primeros juicios de Nuremberg, en 1945.

Los testimonios de los juicios se utilizan para completar los recuentos de la serie sobre las maquinaciones políticas, la construcción de la guerra y los asesinatos en masa. Y la presentación de los juicios es el ejemplo más llamativo de un estilo visual que Berlinger emplea en toda la serie: se desliza con suavidad entre recreaciones elaboradamente escenificadas y secuencias reales coloreadas, de modo que hay que prestar atención para saber si se está viendo a Hermann Goering o al actor que interpreta a Hermann Goering (Gabor Sotonyi). Berlinger busca un efecto dramático fluido, y aunque no siempre funciona como drama, captura la atención.

Incluso las entrevistas son teatrales, rodadas en un escenario a oscuras con cortinas de color rojo sangre que enmarcan una escalera y lo que parece una tosca pared de ladrillo. No está claro qué pretende representar la escenografía, pero podría reflejar la tendencia demostrada por Berlinger hacia una especie de sensacionalismo silencioso al servicio de la narración.

Ese impulso se percibe más claramente en algunas de las recreaciones, como en una escena en la que un grupo de judíos cautivos son fusilados en Babi Yar, o en la forma en que el actor que encarna en silencio a Hitler, Karoly Kozma, ha sido dirigido para que interprete muchas de sus escenas como si estuviera en medio de una crisis epiléptica.

Gran parte del material habitual de los documentales sobre la Segunda Guerra Mundial no aparece o se menciona de pasada, y los acontecimientos del frente occidental reciben una atención superficial. Berlinger se centra en el desarrollo de la psicología y la visión del mundo de Hitler, y eso lleva a la serie por un camino que va desde las frustraciones de su juventud en Austria hasta su ascenso en la Alemania de la década de 1930, y de ahí al frente oriental, la Unión Soviética y los campos de concentración de Alemania y Polonia.

El factor personal

La atención se centra en cómo lo personal impulsa lo político, y no se puede ver La maldad a juicio sin considerar cómo los sentimientos de Berlinger y sus colegas sobre Trump y la derecha extrema en los Estados Unidos de hoy podrían haber afectado a lo que decidieron enfatizar en su retrato de Hitler y la Alemania nazi.

Pero el caso tácito que construyen es exhaustivo. Se nos muestra a Hitler aprovechando las emociones provocadas por la pérdida de poder de una nación; jugando con la gente que se siente económicamente explotada y alienada de una cultura liberal y urbana; y uniendo a los conservadores moderados y radicales en el miedo a la extrema izquierda. Lo vemos exigir lealtad absoluta y enfrentar a sus subordinados en batallas por su favor. Vemos una ausencia de empatía y una incapacidad para admitir la derrota. Shirer interviene: "Empecé a comprender que no importaba tanto lo que decía, sino cómo lo decía. En una atmósfera así, cada mentira pronunciada se acepta como la máxima verdad".

Si el caso le parece convincente o no, probablemente no viene a cuento, ya que la característica más destacada de nuestro panorama político actual es que la mayoría de los estadounidenses parecen haber tomado ya una decisión sobre quién –en el caso de La maldad a juicio– no debe ser nombrado.

×