El peronismo, ante los restos de su último naufragio

Desde que la Argentina amaneció con un nuevo presidente flotan dispersos los restos del peronismo que naufragó. Como tantas otras veces, tras el último fracaso, el partido de Perón no desapareció de la superficie. Sobrevive, repartido en infinitas partes inconexas.

En esos fragmentos respira la esperanza de que Javier Milei les dé otra chance de sobrevida. Históricamente, al peronismo le sirvió de mucho conspirar contra los presidentes ajenos, cuyos descalabros le dieron la oportunidad de renacer.

A Cristina le ha nacido otro problema importante: no puede llevar adelante la sucesión; su propio peso político se lo impide y a la vez le marca el límite

La hiperinflación que derribó al radicalismo de Raúl Alfonsín encontró al peronismo bajo un nuevo liderazgo, el de Carlos Menem. La caída inducida de Fernando de la Rúa abrió una transición de liderazgo en dos tiempos, con el interinato de Eduardo Duhalde, que usó la propia división del peronismo para convertir en mayoría al minoritario Néstor Kirchner.

Cinco años atrás, el ajuste tardío de Mauricio Macri le permitió a la viuda de Kirchner regresar con lo que al principio ella había pensado con un maquillaje, al poner a Alberto Fernández como candidato a presidente y realinear a Sergio Massa bajo su comando. El fracaso del último experimento de Cristina provocó tal hartazgo social –extendido al total del sistema político– que hizo posible la llegada de Javier Milei. Es la historia más reciente y conocida.

El maltrecho liderazgo de la expresidenta soporta el desafío de explicar sus propios errores como líder y demostrar que son ajenos los desatinos de Fernández y Massa. Casi imposible. Hasta los incondicionales le dicen que ella debió evitar intermediarios.

Cristina y el kirchnerismo no terminan de digerir los motivos reales por los cuales su proyecto populista terminó generando una reacción como para que Milei ganara postulando todo lo inverso

A Cristina le ha nacido otro problema importante: no puede llevar adelante la sucesión. Su propio peso político se lo impide y a la vez le marca el límite. No puede entregar pacíficamente la jefatura y se le angosta la posibilidad de regresar por sí misma a la Casa Rosada. Las causas judiciales con sus consecuentes condenas por corrupción también forman un cerco que le impide recuperar a sectores que alguna vez la acompañaron.

La expresidenta busca algo sin antecedentes en la cultura política del país. No hubo ningún líder que decidiera sin conflictos quién lo iba a suceder en el ejercicio concreto del poder. Cristina tiene por ahora la fortuna de que nadie en forma explícita ha dicho que quiere desplazarla.

En su propio patio, ya no se puede disimular la pelea por la jefatura entre su hijo Máximo y el gobernador Axel Kicillof. Uno espera el mando como herencia; el otro sospecha que tendrá que ir en algún momento contra la madre para ganarle la pulseada al hijo.

Cristina y el kirchnerismo en general no terminan de digerir los motivos reales por los cuales su proyecto populista terminó generando una reacción como para que Milei ganara las elecciones postulando todo lo inverso. Las autocríticas no son de uso común y mucho menos en el cristinismo.

Descontado Kicillof, todos los caciques provinciales del peronismo tratan de encontrar la mejor puerta para entrar a pedirle fondos al poder central

Kicillof tampoco asume los errores que sacaron al kirchnerismo del poder y se propone gobernar Buenos Aires como un país dentro del país, con políticas que declama antagónicas a las de la Casa Rosada. Las fallas del mandatario bonaerense pueden contarse por decenas de miles de millones de dólares en juicios sin que asuma que tendrá que pagar alguna vez el costo político de manotear empresas privatizadas sin leer la letra chica, como pasó con YPF o Aerolíneas.

La suerte del peronismo no se reduce a la herencia de Cristina y sus dos preferidos. Importa mucho saber si el kirchnerismo, la versión más radicalizada del PJ, podrá sostener su excluyente preeminencia sobre el resto de los sectores que, con más o menos voluntad, terminaron subordinados.

Durante esta etapa inicial de los libertarios en el Gobierno, la Casa Rosada siguió siendo un faro que atrae a muchos peronistas que retuvieron sus gobernaciones. Gobernadores como el tucumano Osvaldo Jaldo eligieron tener el mismo trato colaborativo con Milei que el apoyo que, con mayor obsecuencia, debían prestar a los presidentes del kirchnerismo. Hasta el santiagueño Gerardo Zamora fue a firmar el Pacto de Mayo el 9 de julio.

Descontado Kicillof, todos los caciques provinciales del peronismo tratan de encontrar la mejor puerta para entrar a pedirle fondos al poder central. A contramano, por ahora, experimenta el riojano Ricardo Quintela con una emisión de sus bonos Chacho, como si fuera posible en una economía que en gran medida se explica por los fondos provinciales que llegan desde Buenos Aires.

Quintela hizo el cálculo de rigor: supone que esos papeles pintados en algún momento serán rescatados por fondos nacionales como siempre ocurrió después de todas las crisis. En La Rioja, el Estado local pretende reemplazar a la actividad privada; tiene supermercados y controla la mayor parte de la economía. A la misma vez, es una de las provincias que más dependen de los pesos de la coparticipación y de las ayudas discrecionales de la Nación.

El gobernador necesita para eso que se caiga el gobierno de Milei, nada menos. Es un inquietante juego que incluye que él mismo pueda ser víctima de su irrefrenable deseo de seguir gastando.

Todavía encapsulado, el peronismo federal del cordobés Martín Llaryora oculta sus relaciones con el resto de los compañeros y estudia una hipotética alianza con el radicalismo.

¿Existe también una línea para alcanzar un acuerdo electoral con el Gobierno de Milei entre esos opositores colaborativos de distinto pelaje? Ya hay conversaciones pensando que si Milei baja la inflación sembrará el año que viene una expectativa que lo hará ganar las elecciones de medio término.

Si está en juego la jefatura de Cristina, también está en discusión si volverá a cumplirse el deseo peronista de regresar luego de colaborar con el fracaso del gobierno que lo reemplazó. No hay garantías de que logre confirmar su perenne condición de opción de poder.

Ignorar la dimensión del enojo y la desilusión que generó la llegada de Milei es el mejor camino para aferrarse a la errónea idea de que la historia siempre se repite.

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