El bucle electoral

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MONTEVIDEO.- Una columna de opinión divulgada por el periodista Emiliano Cotelo en En perspectiva volvió a poner el foco en el extenso y fatigante ciclo electoral que tenemos en Uruguay desde la reforma constitucional de 1996.

Razonablemente, Cotelo vincula el desinterés manifestado por los uruguayos en la política (la unanimidad de que la campaña de 2024 fue fría) a una reacción comprensible por su duración excesiva.

Ya desde febrero y marzo se empezaron a agitar las aguas partidarias con vistas a las internas de junio. Luego se acrecentó el ruido electoral hacia las parlamentarias de octubre y el balotaje de noviembre. Enseguida de un receso veraniego que será breve, las departamentales del 11 de mayo volverán a poner al país en vilo. O sea que, entre febrero de 2024 y mayo de 2025, estamos hablando de 15 meses ininterrumpidos de discusión política, lo que para muchos es un exceso y hastía a los ciudadanos en lugar de incentivarlos.

El director de En perspectiva reclama "una campaña electoral más corta o una cobertura periodística más acotada".

"Si teníamos -como periodistas- que destinar más espacio a la campaña por la cantidad de precandidatos, nos veíamos obligados a dejar afuera otros temas, no ligados a la carrera electoral, que tal vez deberíamos haber abordado", como, por ejemplo, "el análisis de las nuevas tendencias a nivel mundial, en lo político, lo científico, lo tecnológico y sociológico", sostuvo.

¿Por qué se dio esta realidad, a esta altura incuestionable?

La de 1994 fue la última elección con múltiples candidaturas por partido y un sistema de doble voto simultáneo que permitía acumular sufragios entre los distintos presidenciables de la misma colectividad política, para que el más votado resultara ganador en una única vuelta. Y, como se recordará, fue la elección del (casi) triple empate: ganó el Partido Colorado con un 32%, seguido por el Partido Nacional con un 31 y el FA con un 30. Los colorados y blancos de esa época entendieron que en tal situación debía legarse a los partidos de una mayor coherencia interna y, complementariamente, instituir el balotaje para que el presidente electo ampliara su base de adhesión ciudadana. Paralelamente, la más que imprescindible necesidad de separar la elección nacional de la departamental se debió a que, en 1994, la ciudadanía había rechazado el proyecto de "minireforma" que pretendía instalar el voto cruzado en un mismo acto comicial.

Así, a la uruguaya, se fue construyendo el camino más largo, este interminable bucle electoral que parece enfriar a la gente y, contradictoriamente, termina fundando el voto en reacciones puramente emocionales.

Pero la situación política actual es muy distinta a la de 1996.

Desde el triunfo de Jorge Batlle, en 1999, la lógica del balotaje se ha impuesto sola. El viejo triple empate devino hoy en el enfrentamiento de dos bloques, uno liberal y el otro socialista (mal llamados derecha e izquierda), entre los que pendula la simpatía popular mayoritaria cada cinco años. Podríamos conjeturar incluso que el resultado de los últimos comicios se debió ni más ni menos que a la inexistencia de un lema único de la Coalición República, con el cual en octubre se hubiera obtenido la mayoría parlamentaria en ambas cámaras y un más que posible triunfo en noviembre.

En el actual estado de cosas, ¿tiene sentido el largo proceso de internas-parlamentarias-balotaje-departamentales? ¿No bastaría con la concreción del citado lema Coalición, la vuelta a la multiplicidad de candidaturas y al doble voto simultáneo, habilitando asimismo el voto cruzado para las departamentales?

No sería solo un importante ahorro de recursos para el Estado y los partidos políticos. Permitiría también una mayor concentración de la ciudadanía en la temática electoral, lo que tal vez incida en un enriquecimiento del debate, limpiándolo de insultos, chicanas y escandaletes superfluos.

Para la Coalición, esta reforma tendría el impacto adicional de una mejor coherencia entre los socios: es algo que la ciudadanía tiene ya más que incorporado, aunque moleste a los excesivamente tradicionalistas. Habrá que construir una mística republicana y liberal que se contraponga al arcaico colectivismo.

No hay que temerle a una nueva reforma constitucional. La manera como el país las ha desarrollado a lo largo de su historia es un signo de salud democrática y capacidad de adaptación a los cambios culturales y sociales. Pongamos el tema sobre la mesa.

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